martes, 19 de junio de 2012

EL NAUFRAGIO Y LOS CANTOS DE SIRENAS


                                    Editorial de La Nueva República

Este pasado domingo 17 de junio se celebraron elecciones presidenciales en Egipto.  El triunfo lo alcanzó Mohammed Morsi,  el candidato del Partido Justicia y Libertad, un partido con lazos muy estrechos con la  Hermandad Musulmana, el grupo político más organizado de ese país.  Como en las elecciones celebradas hace seis meses, los musulmanes ganaron la mayoría en el Parlamento, Mohammed Morsi podría gobernar con el respaldo del poder legislativo (el Parlamento).  Una situación ideal en un país que tiene que hacer grandes transformaciones para consolidar su democracia y poder acelerar el desarrollo económico.

Pero los militares egipcios no parecen dispuestos a perder el poder. La semana pasada disolvieron el Parlamento y entre otras disposiciones arbitrarias anularon una ley que impedía que pudiera presentarse como candidato presidencial alguien vinculado a la dictadura de Hosni Mubarak.  La acción fue interpretada por muchos como un golpe de estado preelectoral. Con estas medidas los militares en forma burda están intentando escamotearle a la Primavera Árabe en Egipto los frutos de su victoria.

No es de extrañar, esta casta ha dominado la vida económica y política egipcia desde que el rey Farouk fue depuesto el 23 de julio de 1952.  Apoyaron a Mubarak, quien durante tres décadas amasó una fortuna de miles de millones de dólares. Los militares han sido los principales beneficiarios del poder en un país donde la mitad de la población vive en la pobreza.

La disolución del Parlamento pudo haber provocado manifestaciones, violencia y hasta una suspensión de las elecciones. No fue así.  El Partido Justicia y Libertad decidió participar en los comicios y competir contra Ahmed Shafiq, un ex general de la Fuerza Aérea y el último primer ministro de Mubarak. Es conocido que el sector liberal y secular del pueblo egipcio hubiera preferido un presidente no vinculado con el pasado dictatorial o con la intolerancia asociada con el islamismo, entre ellos los ocho millones de cristianos.  Los generales se han aprovechado de estos temores, pero en realidad están protegiendo sus privilegios. Han cometido un serio error.

¿Y qué tiene que ver esto con Cuba?

El pueblo cubano  es  también víctima de una casta que no quiere perder  el poder. Nuestro país está gobernado por una familia con la asistencia de un fuerza militar, un aparato represivo y una burocracia.  Aunque hay descontento entre quienes desde la filas de la nomenclatura quieren una transición hacia la libertad, hay una élite que no produce y vive de la explotación del pueblo.  Este grupo quiere mantener sus privilegios y su impunidad a cualquier costo.  A las malas o a las “buenas”.  Con represión o con engaños.  Por esta razón, mientras siguen usando la violencia como instrumento de control, tratan de hacerle creer al pueblo y al mundo que dialogan con la Iglesia Católica en busca de una solución.  Hacen concesiones intrascendentes porque el objetivo es entretener y ganar tiempo mientras buscan una nueva forma de llenar  sus arcas. Anuncian cambios económicos que no representan peligro alguno para ellos  y tratan de neutralizar al exilio para que no les haga tan difícil un entendimiento con el gobierno de los Estados Unidos.  No nos debe extrañar el lenguaje contradictorio de los castristas, que se intensificará y se volverá más engañoso.

En resumen, debemos ver el problema cubano como el de una élite enquistada en el poder que quiere mantenerlo a cualquier costo y forma.  Nuestro problema, como el de los egipcios con Mubarak, no es Fidel ni Raúl Castro, sino que es más grave.  Otro personaje puede aparecer en escena y proteger los intereses del grupo dominante.  Es una nueva clase que se ha vuelto vieja, pero tiene herederos.

Para evitar un nuevo engaño debemos insistir en que el problema cubano comienza a resolverse como ha planteado el Comandante Huber Matos: Cuando el régimen detenga la violencia, cuando en Cuba impere una constitución democrática y funcionen con libertad los partidos políticos. Cuando comencemos a construir instituciones que hagan cumplir leyes justas, aprobadas por un poder legislativo elegido en elecciones democráticas.  Cualquier otra vía serían cantos de sirenas que nos llevarian al naufragio.
 
LNR es el semanario del partido Cuba Independiente y Democrática en Cuba.


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